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Capullo en tres generaciones

Los sentimientos enfrentados de una madre frente al nacimiento de una hija con síndrome de down, a lo largo de toda su vida, volcados en palabras.
Respuestas (y preguntas) de su nieto, para una vida que fue en sí misma poesía.

Era verano un día

era siempre verano,

y mi vida tenía

lo que todas, pero era verano,

y nacieron mis hijas.

Y las cosas dolían

porque nada era fácil,

pero era verano y tenía a mis hijas,

tres capullos de rosas

que eran toda mi vida.

Ahora miro el verano

que está por todos lados,

no lo siento en la piel

ni me toca las manos,

desde dentro de mí

lo miro y no me advierte.

Ahora vivo, camino,

adoro a mis nietitos,

pero dentro de mí

ya no siento el verano.

Se agostó cuando supe

lo de mi Cecilita,

cuando no pude ver

los ojitos de Maxi,

cuando se fue mamá,

cuando enfermó Bebita,

ver enfermo a papá,

en tantas amarguras

voy perdiendo el verano.

Cuando el frío de mi alma

me invada toda entera,

Dios mío, que no sufran mis hijas,

Porque hace tanto tiempo

Que no tengo verano.

Cuiden a mi Ceci,

y dentro de ese amor

me darán el verano.


Ángela María Masseroni de Dorola

10 de diciembre de 1982


En la hoja amarilla, añeja y gastada,

se lee de un alma que perdió el verano,

la abandonó de golpe, se fue de sus manos,

dejando un vacío de amargura helada.

Tal vez no lo siente, ya no como antaño,

y su pecho suave de hielo se inunde,

pero en esa mujer el verano se funde,

y regresa y progresa como todos los años.

La letra borrosa y un favor rogado,

para que a Cecilia cuiden en su ausencia,

y todos lo haremos porque esa es su esencia:

por siempre entregarse por el ser amado.

Yo quiero que sepa, que sienta en sus manos,

que el estío a sus nietos por siempre ha inundado,

porque ella a todos nos ha demostrado:

de su amor y entrega nacen mil veranos.


Mariano Millán

Algún día de 1997